Vecino de 88 años del sector El Yali, quien desde joven se dedicó a sacar espinos para hacer carbón y sembrar trigo junto a su familia, donde luego de la llegada del “Fresón” a la comuna, alcanzó un impulso importante para comenzar a vender fresones a La Vega y contribuir al desarrollo económico de su familia y de la comuna en materia agrícola.

Don Cipriano es un vecino de la comuna de San Pedro, quien actualmente vive en el Sector El Yali, donde llegó a esta localidad en el año 1947, a cuidar el terreno que el padre de su mamá; Juan de Dios Allendes había comprado, y quien perdió a su esposa en el parto de su hija, Honorata Allendes Carrasco, y madre de Don Cipriano.

Desde muy joven se dedicó a sacar espinos para hacer carbón y sembrar trigo junto a su familia. Mantenían unas 10 a 12 hectáreas con muchos espinales, donde el crecimiento de estos era muy rápido, por lo que favorecía al oficio, según menciona Don Cipriano.

Comenta que “sacábamos una camionada de carbón todos los años. Con una barreta y una pala, una buena guaraña y un hacha cortábamos abajo los espinos, los sacábamos y traíamos en carreta para acá al horno. Los picábamos con las motosierras antiguas a dos manos, y de ahí hacíamos el carbón para luego venderlo”.

El sembrar trigo también era otro oficio que realizaba junto a uno de sus hermanos. Para ello, debían recorrer hasta más allá de El Prado Verde, casi llegando a El Manzanito, donde había unas pampas para sembrar el trigo. Era en ese lugar donde vivieron, antes de llegar a El yali con toda su familia en el año 1950. Menciona que “en ese lugar a mi papá se le secaron los limones porque se le acabó el agua. Él tenía limones en un bajo y se secó el agua de la vertiente y la propiedad quedó sola y seca y la tuvo que vender”.

 

En otra oportunidad sembraron trigo en El Prado, en una tierra a medias con un hermano. Les convidó planta “el papá de los Cerda, de la Esmeraldita”. Ellos tenían planta en el Fundo de Longovilo, es ahí donde fueron a buscar para extraer el grano del trigo y poder plantar para su propia producción.

Luego de ya tener su propia producción de trigo, Don Cipriano nos comenta que, “a las 4.00 AM, al primer canto de diuca teníamos que levantarnos e irnos en bicicleta a hacer amarras para amarrar el trigo, lo cortamos con chona y se hacían los montoncitos y después había que amarrarlos en atados grandes para echarlos a la carreta y llevarlos a las heras para después echarlos a la máquina. Quedamos flacos como un picho, de tanto trabajar”.

Cuando la familia llegó a El Yali, tenían dos molinos, uno que había ahí y otro que el papá de Don Cipriano, Pedro Antonio Armijo Bustos, compró para hacer una chacra donde sembraban papas, sandias, cebollas, tomates, porotos y melones, todo para el gasto de la familia.

También plantaron frutillas y se hicieron de un capital, con el cual ayudaron al padre a comprar una bomba para regar. Su padre sacaba luz del Estero del Yali, y Don Cipriano nos comenta que “por ahí pasaba la línea alta y había que sacarla para acá, nos salió muy caro en esos años (1 millón de pesos). El Alcalde Montoya fue quien saco una línea para la carretera. Esta fue la primera casa con luz de aquí”.

En el año 1960 se compró un jeep del año 1954, en Santiago. En aquellos tiempos los tratos de palabra eran respetados, por lo que, cuando quiso comprar el vehículo, con el vendedor acordaron que en una semana él volvería con el dinero y así fue. “A mí me interesaba porque cuando lo vi (jeep) pensé en ponerle unas quinchitas de madera y cargarlo con frutillas para tirar a Santiago”.

Menciona “había que llevar las cajas, que en aquel entonces eran tomateras de madera, cortábamos cordeles delgaditos y las amarrábamos bien apretadas para que no se cayeran, y las echábamos arriba del camión. Este iba lleno de carbón, leña, trigo y echábamos las cajas ahí y había que ir así a La Vega”. 

Los precios de las frutillas en ese entonces eran buenos. Comenta que: “Valía $800 el kilo, las cajas hacían 5 kilos así que nos ganábamos $ 4.000 por caja. Habían pocas personas que llevaban frutillas a la Vega, porque no tenían en qué llevar. Después, mis hermanos Peruco y Jaime compraron una Opel 57 y ahí llevaban frutillas a la Vega”.

Comenta que antes solo existía el fresón, el cual era para todos iguales, sin modificaciones genéticas como en la actualidad. “Nosotros le echábamos abono en una carreta y arábamos. Mi papá nos indicaba los surcos, porque regábamos por surco en esos tiempos. Era el medio trabajo, había que hacerlos arquiaito y como teníamos el motor a bencina, nosotros regábamos con harta agua. Mucho después llego la manguera y la cinta”

El poseer un vehículo en esos tiempos, Don Cipriano contribuyó a través de fletes, a solucionar algunos problemas de transporte de varios vecinos y vecinas quienes debían recorrer a pie grandes distancias para realizar sus compras, asistir a reuniones y encuentros sociales.  Así fue que conoció a su esposa Gilda Tapia Muñoz, del sector de Quilamuta, quien con la necesidad de asistir a la Iglesia, contactaba a Don Cipriano para que la llevara, lo que con el tiempo transformó a Don Cipriano, de chofer a compañero de vida de Gilda. Ellos Tuvieron 2 hijos, Yessica y Luis Armijo Tapia, pero no deja de mencionar el primer hijo a quien perdieron antes que naciera.

Don Cipriano posee un particular interés por los versos y las décimas a lo divino. Esto se lo inculcó Don Benjamín Gallardo, a quien conoció a través de una amiga de su esposa, Julita Aranda, una dama muy católica. Ambas asistían a reuniones de Centros de Madres y este caballero cuando un día acompañó a Gilda a su casa, junto con Julita, conoció a Don Cipriano y fue ahí cuando le dio un verso de la visita del Papa Juan Pablo II a Chile. Desde ese momento, los versos lo cautivaron iniciando un camino por conseguir y estudiar libros con versos y décimas a lo divino. En este trayecto también conoció al Padre Miguel Jordá, a quien recuerda con mucho cariño y respeto.

 

Don Cipriano en la actualidad vive solo, ya que su esposa se fue a descansar hace unos años y sus hijos, ya adultos y con familia lo visitan y llaman constantemente. En su rostro y cuerpo se nota el pasar de los años, y aunque su mente presenta fragilidad con algunos recuerdos, no olvida aquellos momentos importantes vividos y disfrutados en el pasado. En un instante de esta conversación, un recuerdo de felicidad se le viene a la memoria y dice “Cuando habían fiestas, íbamos varios a Loica en bicicleta y nos veníamos acá en la noche. Cada uno con su botella de vino amarrado. Íbamos el 19 de septiembre, porque era más bonito, se juntaba más gente. Lo pasábamos reconchabien”. Con lo anterior, nos demuestra que la vida por más duro nos pueda golpear, está llena de momentos únicos y especiales, rodeados de personas amadas y lugares significativos, que la edad ni el paso del tiempo logra borrar de nuestros recuerdos.  

 

Entrevista realizada a Don Cipriano del Carmen Armijo Allendes, el día jueves 06 de agosto, en su domicilio ubicado en la localidad de El Yali.

María José Tapia Carreño

Colaboradora Sección Nuestra Gente Equipo Revista San Pedro – Pronto grabación de hermosa conversación.